Antes de leer 

Una noche, cuando Amélie y Marta estaban charlando tranquilamente, Amélie le contó a su amiga una experiencia desafortunada que vivió cuando, el verano anterior, se fue a Granada a estudiar español. Al llegar a la ciudad andaluza, los habitantes le parecían bastante antipáticos. Esta imagen no correspondía con la fama de una nación juerguista, abierta y alegre. “Eres francesa, verdad?”, le preguntó la ama de casa en la familia con la que vivía. “No, soy belga, señora” le contestó Amélie “Ah, pues eso cambia todo, mi niña”. De hecho, a partir de este momento cambiaron las relaciones de Amélie con los granadinos.

Amélie no entendía muy bien el alcance y las razones de este cambio. Es sólo después, cuando, en clase de historia de España, su profesor le explicó la animosidad española hacia Francia. “Dentro de la Historia de España, el siglo XIX ocupa un sitio especial. Con las invasiones napoleónicas que lo abrieron, empezaron las ambiguas relaciones entre Francia y España. Todavía hoy en día quedan huellas de este conflicto en el sentido común que sigue considerando al francés como un invasor”. De repente, Amélie, bastante sorprendida, entendió las reacciones de su entorno español.

Después de este breve relato a Marta, quien no parecía extrañada del todo, llamaron a la puerta. Eran Xavier y Antoine, los dos vecinos franceses que venían a tomar un vaso de sangría.